Érase
una mañana azul y blanca. Érase una niña morena y chiquita. Y a su lado, un
corazón rebosante de cariño. Ocurrió entonces el milagro de los tiempos – el
milagro de toda hora – y la niña se enamoró del corazón (él ya lo estaba).
Por
aquellas fechas una terrible máquina humana irrefrenable púsose en movimiento.
Los clarines guerreros resonaron de uno a otro confín.
El
corazón marchó a la guerra. Despedida llorosa, frases de consuelo, besos que se
esconden, labios que no hablan y después… kilómetros y kilómetros de distancia.
La
niña, tejiendo ilusiones, esperaba extasiada su naipe encarnado.
Día
tras día, recordaba arrobada los minutos eternos de su felicidad pasada. Hora
tras hora, miraba impaciente la línea borrosa de su horizonte soñado.
Y
llegó el otoño. Cansados ya los pájaros de cantar insistentes el amor por ellos
vistos volaron a ocultar sus alas de los fríos.
Las
hojas de los árboles, alegres compañeras de la niña, también se fueron
despidiendo. Una a una cayó de sus ramas
y, en su fugaz vuelo, antes de enterrarse, le enviaron un beso.
En el
otro mundo lloraba aún con sangre el corazón casi blanco. Hilillos de agua
rosada corrían por sus tubos viejos y oxidados.
Pero de
vez en cuando, algunas pompas muertas al momento, traían a su aurícula la
vívida imagen de su amada niña.
Volvían
sus colores, potente y muy fuerte, vibraba de nuevo su pequeña máquina.
¡Amor,
amor, amor! Cantaban sus venas.
¡Amor!
Gritaba su alma.
¿Acaso
os extraña? ¿Es que no sabéis que también existen corazones con alma?
Acabó
ya el cuento. El telón cayó. Ladino el poeta, sin saber el final nos dejó.
Mas
venid conmigo
Y
entre bastidores
Oiremos
los últimos sones
De
esta corta función
¿Conocéis
las hadas?
¿Sabéis
lo que son?
Pues aquella
es una
Buena
y cariñosa
Que,
conocedora del triste destino
Que
trazó el camino
De
sus desconsuelos,
Curiosa
y amable
Ved cómo
pregunta
A la
niña bella
Sus
cuitas o penas;
Ved cómo
la seca
Con
su pañuelito
Sus lágrimas–perlas.
¿Y
los ruiseñores
Sabéis
lo que son?
¿Acaso
ignoráis que un ruiseñor,
Tan
sólo es con alas
Simple corazón?
Pues
ved como vuela
Junto
a la varita de este hada buena
Alegrando
con sus trinos siringes la habitación
Ese
pajarillo de dulce color
¿Quizás
no os fijasteis en el gran parecido
De
este pajarillo y aquel corazón?
Sabed
que el buen hada que todo sabía
Prestó
dos alitas al viejo y cansado milagro de amor
Y
éste, muy pronto, volando raudo y veloz
Cubrió
la distancia que le separaba de su linda niña,
Su
eterna pasión.
Dejémoslos
solos, dejemos que vivan por fin su ilusión.
Callad,
de puntillas salid del teatro
Volved
al trabajo y a lo cotidiano
Pero
que este recuerdo os sirva de algo
Y
gracias a este cuento
No
volváis nunca, nunca a dudar del amor.
Jerez de la Frontera, 3 de mayo de 1962