Diminutos
colibríes, papagayos del trópico, somormujos altivos de cabeza coronada, plumas
y nombres sonoros, penetraron por mis pupilas de niño dando en aquellas páginas
de aves, pista de despegue a mis volátiles fantasías.
Ha
pasado una treintena de años.
Hoy,
mis hijos navegan sus vuelos de esperanza bajo el cobijo inexperto de mis
desmitificadas realidades.
Y sé
que el colibrí existe y flota ciertamente en el aire mientras liba y que vocean
estruendosos los loros en la selva lujuriante, sin milagro; y he visto el cisne
de cuello negro paseando majestuoso sobre su lecho lacustre en las lejanas
tierras del paisaje chileno.
Pero
sé también que la fábula de sus vuelos, sus cantos y sus fascinantes alas
destiláronse en mi frente, sedimentando hermosas pero definidas concreciones.
Y una
nostalgia, entre piadosa y amarga, contempla las estampas que coleccionan hoy mis hijos y remueve el recuerdo de aquel
álbum de pastas azules de donde manaron algunos de mis mundos sin retorno.
Y del
niño que fui, ya irrepetible, una lágrima sigilosa y salobre se evapora en el
aire de esta noche insomne mezclada con el humo caprichoso del cigarrillo
real que expira por mi boca.
Madrid 6 marzo de 1977
Buenísimo abuelo, como siempre. Me encanta el estilo que utilizaste en este
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