Inunda todo con su gracia infantil – ocho años – y
con su alegría e inocencia me hace olvidar todas mis preocupaciones.
Qué gozo verle correr hacia mí y oírle chillar con
su vocecilla aflautada:“Ven, estoy jugando a los indios. Allí está mi campamento. Tenemos que asaltar el fuerte”
…y pone una cara de pillo y guiñándome un ojo y sonriendo me dice:
“El fuerte es donde está mamá. Tenemos que quitarle las municiones.”
Otros días Pepito me pregunta entristecido:
“¿Qué te pasa esta tarde que traes cara de mal
genio?” – y empinándose y con cara de hombrecito me dice en tono confidencial:
“Anda, cuéntale a tu amigo lo que hoy te pasa,
porque tú y yo somos amigos de verdad ¿no?” Y me escucha sentado, quietecito, con sus ojazos fijos atendiéndome en silencio.
Y yo comienzo a hablar y hablar y le cuento mis problemas y mis dudas y desahogo mi pecho contándole todo lo que me preocupa.
Él no me entiende muchas veces, otras le parecen tontos mis cuidados, pero siempre, siempre permanece serio y callado escuchando, olvidado de sus juegos.
Sí, Pepito es, sin duda, mi mejor confidente. He llegado a tomarle mucho afecto y muchas veces le admiro. Admiro su inocencia y candidez, su nobleza y su salero.
Hemos pasado muchas tardes juntos y hemos llegado a ser – como él dice – dos buenos amigos.
Pero Pepito va creciendo y pronto será un muchacho, pronto será mayor y… ya no podré confiarle mis secretos.
Por eso hace unos días le dije a mi amiguito:
“Quisiera que siempre fueras un niño, quisiera que siempre siguieras igual y que siempre fuéramos amigos. Pero pronto serás un hombrecito … y ya no jugaremos a indios ni vendremos a Rosales ni tendremos que contarnos ni, quizás, volveremos a vernos.”
Y él se puso muy triste y me dijo muy exaltado, asomándosele las lágrimas, que “él ya no quería ser un hombrecito”.
Me llegó al alma este chiquillo.
Tuve que alegrarle con los juegos y esa tarde reímos juntos como siempre; pero, cuando, ya de noche casi, su madre vino a llevárselo, me dio un abrazo muy fuerte y me dijo Pepito al oído:
“Ya verás cómo no crezco. Ya verás cómo siempre seguiremos jugando y riendo”
Le di un beso muy grande y me fui hacia casa pensando:
“¡Vale mucho este Pepito!”
Jerez febrero 1957
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